Un hombre que mantuvo a toda una comarca en vela

REPORTAJE

Elicio Rojo tardó en ser detenido 5 semanas tras un triple asesinato


Sábado 7 de Septiembre de 1957 en Villamayor de Treviño, provincia de Burgos, es un día más en el pequeño pueblo de la comarca del Odra-Pisuerga, cuando entre el sonido de los pájaros y los árboles movidos por el viento se oye un disparo procedente de una escopeta de caza, la bala ha dado en su objetivo, la víctima da unos últimos movimientos, como si intentase escapar de aquel destino, pero ya nada podía hacer, Elicio Rojo cogió a la liebre que acababa de cazar, y con esa última pieza dar por finalizada la jornada. Llegaba el momento de irse con su gran amigo Francisco Amo, conocido como el hazañas, a la bodega a tomar unos vinos. Unos vinos que sin duda necesitaba, y es que estaba esperando a la respuesta de las autoridades por saber si ya por fin, después de varias solicitudes era admitido en la Guardia Civil.

Elicio era un hombre con un gran pronto, de fuerte carácter y muy bruto según vecinos de la zona. Ese carácter tan fuerte hizo que muchas veces abusara de sus vecinos o los golpeara cuando las cosas no salían como el quería. Eso explicaba en parte que no gozara de grandes amistades por la zona, sin embargo el hazañas siempre había estado ahí con el, desde que eran pequeños. Mientras tomaba vinos como de costumbre en la bodega que le había dejado su padre al morir, el hazañas le contó que hace poco, y por cotilleos de la gente había descubierto que el alcalde, por influencia de unos cuantos del pueblo, nunca había hecho llegar la solicitud para que ingresase en la Guardia Civil, y que los motivos de que por el momento no estaban reclutando a más personas, o que en esa tanda buscaban gente más joven no eran más que escusas. Elicio notó como su corazón comenzó a bombear con mucha más fuerza, como las venas se le hinchaban mientras le recorría una sensación de odio que iba en aumento, miro a su viejo amigo, se bebió la copa de un solo trago y le dijo: “Es hora de hacer limpieza”, y le miró como si se estuviera despidiendo de el. Se fue enfurecido hacia su casa, cargó la escopeta, y salió con una lista de nombres en la cabeza, que incluían a todas esas personas que habían tenido que ver con que no llegase nunca a ser Guardia Civil, a todas esas personas a las que iba a matar.

La primera víctima fue Gregorio, un hombre de 52 años, cuya profesión era la de herrero, vivía relativamente cerca y a pesar de que aparentemente no tenían problemas y prácticamente no habían discutido mucho, la ira de Elicio hizo que ese nombre apareciera en su cabeza, así pues se acercó hasta el lugar donde el hombre estaba trabajando y sin decir media palabra le disparó. Con la seriedad y la frialdad propias de el, salió de casa hacia uno de los caminos que llevaban a las eras, según se iba a acercando más se podía diferenciar la silueta de un hombre que estaba trabajando las tierras, tanto era su empeño en lo que estaba haciendo que no vio venir al pelirrojo. Recibió dos disparos por detrás que lo hicieron caer al suelo. Quizás las ganas por tachar todos los nombres de la lista que Elicio se había creado en su cabeza hicieron que se marchase sin parar a comprobar el estado del labrador, el cual, afortunadamente, sobrevivió.

Sin importarle lo que pudieran decir o hacer, ciego de ira y sin miedo a nada se dirigió hacia el centro del pueblo. De camino se encontró con uno de los señores más mayores de la villa, antiguo amigo de su padre, que habiendo oído ruidos y viéndole fuera de lo normal, quiso agarrarle e intentar detenerle. Elicio le apartó como si de un trozo de tela se tratase mientras le gritó: “Quita de mi camino, esto no va contigo”. El dolor que había provocado la caída al anciano y el miedo que le había transmitido hizo que se quedara tirado en el suelo hasta que lo perdió de vista. Si ese hombre se hubiera levantado e intentado pararle una vez más, probablemente no hubiera tenido oportunidad de ver nacer a su último nieto.

Una vez llegado al centro del pueblo, buscó al veterinario, pues no solo se había negado en alguna ocasión a atender a sus animales si el se encontraba en estado de embriaguez , sino que era íntimo del señor alcalde, y a pesar de que el no estuviera ese día en el pueblo, se ocuparía de que todos sus amigos que si que lo estaban pagaran por el. Se puso delante del veterinario, lo miró a los ojos, y sin dar tiempo a que este pidiese por su vida, acabó con el de disparo en el pecho.

Ante los disparos, toda la gente que lo escuchó y pudo ver caminar a Elicio, corrió a esconderse a casa por miedo de que en la lista que había creado, ya en su perturbada cabeza, estuviera su nombre o el de algún familiar.

Quien no tuvo ocasión de escuchar los disparos y todo el alboroto generado en el pueblo fue Prodisio, otro labrador de 55 años que se encontraba volviendo de sus tierras por un camino de tierra dirección al pueblo. Si quizás ese día no hubiera podido ir a labrar el campo, o se hubiese vuelto un poco antes, o simplemente hubiese dado un rodeo y vuelto por otro camino, no se hubiera cruzado con Elicio en el camino. Prodisio veía como una figura, que por su corpulencia y formas de andar no dejaban dudas de quien se trataba, pero incluso en la distancia se le notaba alterado, andaba más rápido, casi dando zancadas. Cuando estaban a una distancia prudente vio como se paró y apuntó con su arma directamente hacia el. El miedo le dejo paralizado, no podía moverse, su cabeza le pedía correr pero su cuerpo no respondía. Sin poder hacer nada vio como el primer disparo impactaba en su costado, y el segundo le condenaba a muerte.


Cuando vio a Prodisio tumbado en el suelo, inmóvil, tachó el último nombre de su lista, y fue quizás ese el primer momento en el que se dio cuenta de lo había hecho, de que no había vuelta atrás, de que esto no era como otras veces, que se metía en peleas, la gente le tenia miedo, pero que al día siguiente seguiría con su caza y sus vinos. No había vuelta atrás.
Corrió hasta su casa, ahora se podía ver en el rostro de Elicio algo totalmente diferente pues la ira había desaparecido, para dar lugar al miedo. Cogió todo cuanto pudo de su casa, comida, ropas y dinero, todo el dinero que tenía y salió del pueblo.


10 horas fueron lo que se tardó en movilizar a todos los cuerpos de Guardia Civil de la zona, incluso Burgos mandó parte de cuerpo de seguridad para encontrar a un hombre que había creado el pánico, no solo en Villamayor de Treviño, sino en toda la comarca, y es que como siempre se dice, en los pueblos, todo se sabe, y si es malo, aun más. Probablemente vecinos de pueblos aledaños conociesen la noticia antes incluso que la propia benemérita.

Cuanto más días pasaban sin que Elicio apareciese, más aumentaba el miedo y la paranoia de los vecinos de la zona. Más de uno aseguraba haberlo visto por las afueras de los pueblos buscando comida en los merenderos y bodegas, pero lo cierto es que nadie daba con el. El pánico de que este hombre apareciese de nuevo para terminar lo que había empezado tenia asustado a cientos de personas que veían su vida diaria condicionada por esta situación. Algunas personas pensaban que podía haber huido con un grupo de rebeldes, en el que según contaban andaba metido un primo suyo, otros pensaba que a estas alturas ya estaría muerto en cualquier campo, sin embargo, nadie daba con el.

Cinco semanas después de lo ocurrido, Marcial Lastra, pastor que andaba en La Loma por la PeñaAmaya, vio como su perro corrió colina arriba como si hubiera olido oro, tras seguirlo, el labrador se encontró con alguien, que prácticamente al momento de verlo pudo identificarlo. Elicio el Rojo, como lo llamaron después de lo ocurrido se suicidó cinco semanas después de haber cometido esos brutales asesinatos. No se sabe si por que apenas le quedaba comida, ni dinero, no sabía donde ir, o por arrepentimiento, y no poder cargar con la culpa de todas las vidas que había quitado.

Esta es una de tantas versiones que existen sobre lo sucedido aquel trágico 7 de Septiembre de 1957. 
Esta historia inspiró al director de cine Paco Lucio, seleccionado con esta película titulada “Teo el pelirrojo” en la 36ª edición del festival de Berlín. Muchas de las escenas grabadas se llevaron a cabo en diferentes zonas de la comarca, así como alguna ermita y en los propios pueblos. Lo que sin duda hizo que para muchos vecinos, curiosos y amantes del cine, la historia de “Teo el pelirrojo” volviera a despertar en el recuerdo de muchos, y fuese conocida por otro tantos, eso sí, una versión más de esta historia.

Esta es una de las tantas historias, que con el paso del tiempo se convierten en leyendas, usadas para asustar a los niños de la zona, versionadas y transformadas cada vez que son contadas, dando lugar a que cada vez coincidan menos los hechos ocurridos realmente con lo contado, al igual que ocurre con esta versión, que porque no, es una historia más.